Tlazocamati

En el camino que baja al cañón, sobre la calle cerrada llegamos en el justo momento. Las mujeres preparando tamales, los hombres platicando a la orilla del predio. Molestamos poco con nuestras preguntas porque a esta gente no la puede molestar cualquier cosa, tienen una vibra transparente. Hospitalarios, con las puertas de la casa abiertas, nos dieron un espacio en su mesa y en un momento de su vida, donde por fortuna llegamos en un momento adecuado. No puedo pensar en la casualidad porque esto ya me había sucedido, sólo que a miles de kilómetros de aquí, tampoco casual. Porque igual iba acompañado de Alejandra, aquella vez resolví varias inquietudes políticas, existenciales, sentimentales. Ahora, no resolví nada, simplemente la vida me abrazó en mi ciudad, en un momento, en un lugar que no parece la ciudad que habito, que no parece las personas que frecuento (aunque los conozco). Y varios recuerdos vienen a mi mente, cuando de niño recorrí con mi padre diversos pueblos y ranchos buscando enfermos que atender (bueno, mi padre porque es médico) yo honestamente iba a huevo. Pero a la distancia estos recuerdos surgen cuando se cocina en el fogón, cuando el más sencillo de los alimentos tiene el poder de reconstruir y de hacerme recordar. Sólo tuve que decir que sí.

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